Simplificar la complejidad

1 de Corintios 11.8 y 9 dice:

“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”

Cuando una mujer se casa puede encontrar gozo en este texto (o no, pero ese es otro tema). Si lo haya, es porque Dios le está confirmando su llamado: fue creada a causa de su esposo y por fin está con él para ser su ayuda idónea; sin embargo, pronto vienen situaciones, tal vez llegan hijos y con ellos alegrías, pero también responsabilidades, y qué decir de las presiones e incluso problemas que ninguno de los dos había tenido antes. 

La vida en pareja es dulce, ¡aunque tiene sus retos! Y si a lo anterior le sumamos las tareas diarias de una esposa dedicada a su hogar, ella puede verse abrumada por la complejidad que representa su entorno. Mantener tu hogar, preparar la comida y educar a los niños en casa, sin duda requieren diligencia y esfuerzo, de ahí que la mente de una esposa y madre llega a cargarse con los pendientes de cada día. No obstante, es en su pensamiento donde tiene más posibilidades para empezar a hacer cambios que le ayuden a simplificar su día a día. 

De acuerdo con Debi Pearl: “Tú eres lo que piensas y Dios te dice cómo pensar”; en otras palabras, somos lo que hay en nuestra mente. Y si en lugar de llenarla con la Verdad de la Palabra, solo nos hablamos a nosotras mismas sobre el sin fin de tareas que cada día y a cada momento tenemos por delante, con razón sentimos que no avanzamos y que nuestras responsabilidades nos superan. 

 “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.2) es un buen punto de inicio que encierra una promesa para quienes renuevan su entendimiento que comprobarán la buena voluntad de Dios, pero en el ámbito del tema aquí tratado, es Tito 2.3-5 uno de los textos clave para transformar nuestra vida matrimonial y nuestro hogar:

 

“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.”

¿Por qué las ancianas deben enseñar lo anterior a las más jóvenes? ¿Acaso no saben amar a sus esposos y sus hijos? La respuesta es no, o por lo menos no en la forma como Dios espera que lo hagan, de ahí que son las esposas y madres más experimentadas quienes tienen el deber y privilegio de dar testimonio de los cambios que el Señor ha hecho en ellas a través de los años. 

Cuando una mujer es soltera vive en su propio mundo complejo, mas cuando contrae matrimonio Dios quiere que se vuelque sobre otro mundo complejo que Él ha preparado como una buena obra para andar en ella (Efesios 2.10): su hogar. ¿Cómo desempeñar su nuevo rol? 

Las ocho áreas de aprendizaje que Tito 2 señala son desarrolladas ampliamente por Debi Pearl en su libro Creada para ser su ayuda idónea; pero aquí quiero enfocarme en las que refieren a las actividades diarias en el hogar. El versículo 5 exhorta a la esposa a empezar por la prudencia que, entre otras cosas, implica pensar en los demás: prever y planear conforme a las necesidades, horarios y recursos para el bien de toda la familia y no sólo de ella misma, o en palabras de Pearl, que no busque su propio santuario personal. 

Lo anterior se relaciona estrechamente con amar a sus hijos. Antes de tenerlos (y también de estar casada), el tiempo de la ahora madre era “libre” para hacer lo que quisiera, incluyendo  servir a Dios o tener largos devocionales; ya con hijos, puede caer en la trampa de descuidarlos bajo el pretexto de “realización” o “crecimiento” espiritual, dejando de lado, que es importante hacer uno sin descuidar lo otro, y que ahora, su servicio y adoración principal a Dios se encuentran en su hogar en dependencia del Espíritu. 

En cuanto a ser cuidadosas de su casa, Debi señala que el lugar de una mamá es el hogar, cuidándolo, protegiéndolo, velando por los que le han sido encomendados; es ahí donde la mujer tiene un fértil campo para cultivar y poner todos sus dones para servir a Dios haciendo bien a su familia en sujeción a su esposo, cediendo a él la dirección familiar al confiar en la autoridad que el Señor le ha dado como cabeza de su hogar.

Es en el párrafo anterior donde considero que se encuentra el punto de partida para empezar a simplificar la vida en el hogar, pues por naturaleza la mayoría de las mujeres queremos “estar en miles de cosas” pero, ya casadas, Dios establece nuevos límites para nosotras. Al centrarnos primero en Él y después en nuestro lugar en el hogar (con nuestro esposo e hijos), nuestra mente encontrará descanso y enfoque en lo que debemos realizar cada día, sabiendo que las tareas de la casa son importantes pero no son el fin último, y entonces podremos hacer pequeños cambios en nuestra rutina que nos permitirán avanzar como ayuda idónea en cuanto a nuestras responsabilidades en casa. Por ejemplo:

  • Planifica los menús cada una o dos semanas, y cuando cocines adelanta lo más que puedas la comida de días siguientes.
  • Aplica la regla de dos minutos: si alguna cosa te toma dos minutos o menos, llévala a cabo en ese momento, para que no se acumule con otras y al final, se conviertan en tareas largas y abrumadoras.
  • Identifica tus tareas rutinarias y empieza a cronometrarlas, pues muchas veces las posponemos al imaginarnos que son tan complejas o que nos llevarán tiempo que no tenemos, y al saber realmente cuánto nos toman, nos damos cuenta que en realidad no son tan largas como creíamos. Esto nos irá dando una sensación de logro e irá liberando nuestra mente de la idea de falta de tiempo.
  • Evitar estar hablándonos a nosotras mismas de todo lo que tenemos que hacer sino concentrarnos en lo que estamos haciendo para terminarlo en el tiempo correspondiente. 
  • Llenar nuestras mentes con la Palabra de Dios, en meditación y tal vez memorizando versículos.
  • Por último, pedir gracia para cada día, y si caemos o encontramos obstáculos, ponernos a cuentas con el Señor para no quedar estancadas (1 Jn.1.9; He.12.12). Nuestro mayor gozo estará en Jesús al ver que nos escucha, ayuda y que realmente podemos descansar y confiar en su buena voluntad con nosotras al habernos creado para ser ayuda idónea de nuestros esposos.  

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