Comenzaré este artículo apelando a tu memoria, ¿Cuántos cuadros mentales tienes de paisajes hermosos vistos durante tu infancia?
Crecí dentro de una familia tradicional, aunque podría decir que con sus marcadas diferencias; mis padres reflejaron un tipo de interés al arte, ambos de alguna manera tuvieron que ver con alguna expresión artística y lamento no haber aprendido de su mano elementos tan esenciales como esas dulces compañías que transportan el corazón a un refugio más seguro, me imagino que a una parte mayoritaria de la población le toco vivir ese desprendimiento, esa fría relación y esa poca intencionalidad en la crianza.
Y esto, porque hace tiempo corre infiltrado y reforzado por el paso generacional, una serie de interpretaciones de la realidad que ha todas luces rechaza la idea central de que Dios es creador del Universo y ha regido su orden con las leyes naturales, una nueva religión se apoderó del entorno y la educación es el medio más efectivo para su difusión. Ese pensamiento ha arrebatado el alma a los procesos humanos y en su despojo ha dejado suelta la noción de que cada uno puede construir su sistema de valores basado en su propia “identidad”, una identidad que por cierto también carece de sustancia.
Lo anterior hace referencia a que sin lugar a dudas, este desprendimiento de una conciencia natural también nos lleva a vivir superficialmente, a no tener un espíritu que reconoce la sublime prescencia de Dios en todo lo creado. Es momento de contestar la pregunta anterior desde dos perspectivas, la primera es ¿tenemos esa imagen en la mente (si es si) ,reconocimos a Dios como creador de ese bello cuadro natural? y la segunda es ¿qué estamos haciendo para que nuestros hijos formen con conciencia ese recuerdo que trascenderá en sus memorias, trayendo además de reconocimiento a Dios, un sentimiento de apacible deleite?
La ciencia también habla, las personas somos biológicamente emocionales, cuando nuestras neuronas hacen una conexión se produce el pensamiento, interesante saber que en un día manejamos de 70 a 90 mil conexiones o pensamientos, es decir aproximadamente 63 pensamientos por minuto, de los cuáles tenemos conciencia de solo tres; las neuronas se activan por medio de los sentidos o bien podríamos decir que nuestros hijos forman estímulos a través de sus sentidos, estos estímulos suelen presentarse en la vida de nuestros hijos trayendo con ello alguna emoción conocida y relacionada al momento donde ocurrió esta conexión neuronal, una experiencia agradable será gratificante siempre que el estímulo se repita, lamentablemente lo mismo ocurre con las malas experiencias; ello nos lleva a pensar en la importancia de exponerles a experiencias sensoriales que conjugadas con las leyes naturales, produzcan algo más que una conexión emocional, un sentido de reconocimiento por la figura suprema de Dios.
Estoy segura que nuestras mejores intenciones hacia nuestros hijos no se pueden reducir a esperar que tengan una boleta de calificaciones impecable, o que estén dotados de las habilidades físicas y mentales necesarias para desempeñar un cargo, se que, aunque esto es toda la pretención en una formación educativa bajo el sistema que impera, no puede ni debe ser nuestra mayor aspiración, estamos formando seres que tienen un alma eterna y por tanto, la proyección debe superar los límites de una vida terrenal, ¿pero cuáles son los límites de esta vida?
Llevaba poco tiempo asumiendo la educación de mis hijos en el hogar, quizá mi mayor desafío era la desescolarización propia y de mi hijo de 7 años, en mi búsqueda todas las opciones educativas me parecían apuntar al mismo resultado, pero Dios me llevo a profundizar en mi relación con Él y esto sin duda trajo las demás convicciones. Al comenzar a estudiar los principios de la filosofía educativa propuesta por Charlotte Mason, fui comparando el trabajo de observación con mis hijos que hasta ese punto lleve de manera intencional, todo parecía enriquecerse y adquirir nombre, así que sin más, entendí que la educación debe ayudar a formar una cosmovisión de vida en mis hijos, y de está solo se encargaría Dios una vez que yo les pusiera en contacto con El a través de las Escrituras, era por tanto responsable de procurarles su acercamiento.
Quizá consideres que esto es un desvió al objetivo de este artículo, pero te aseguro que fue necesario pasar por allí para darme cuenta de la importancia de exponer a mis hijos a la creación, para deleitarnos en ella, para respirar sus “poderes» sanadores en el cuerpo y alma, para formar relaciones con un conocimiento de primera mano, sin el tratamiento ventajoso que incluyen los libros de texto. Fue necesario reconocer que detrás de cada cosa creada por más mínimo sea su tamaño, se despliega la grandeza de Dios, que detrás de la belleza del paisaje existe un artista incomparable, que detrás de cada forma de vida hay una inteligencia que la diseñó y sobretodo que por cada elemento puesto delante e internamente funcionando en nosotros hay un Dios que sostiene y permite que siga su curso. Y esta conciencia debe cultivarse, debe formar parte de la educación, debe impregnar los pensamientos de nuestros hijos y entonces podemos avanzar.
<<Poner al niño en relación directa con los hechos, llevarlo de lo abstracto a lo concreto y estimularlo a investigar los fenómenos por sí mismo.>>
Esto por sí solo parece algo accesible, parece no tener más desafío para la madre que poner al niño en el lugar correcto para que el se encargue de lo demás, y sí, en realidad acompañamos, facilitamos los recursos y quizá en ocasiones alentamos a seguir con atención, pero el niño hace el resto, forma su propia relación con lo observado, crea sus propias interrogantes, captura sus propias imágenes mentales y sigue el curso de su propia mente curiosa, que, con suficiente tiempo ejercitará también su ojo científico.
Nuestros hijos, por más que deseen, no pueden tomar decisiones solos, necesitan la intención y acción del adulto para realizar esas salidas, esos encuentros con la naturaleza; somos responsables de su aproximación a ambientes naturales y de que una vez estando allí su experiencia abrigue con conciencia todo lo está a su alrededor, lo absorba de tal forma que se grabe en la mente tal cual se captura una foto en el momento preciso. Para ello, el entrenamiento de la atención resulta clave, sin atención no hay aprendizaje, sin atención tampoco podemos ejercitar la memoria, y ambos procesos desencadenan que el recuerdo no quede difuso entre un mar de pensamientos borrosos. Pero por favor, no cometamos el error de tener siempre un propósito educativo que invada la libertad del niño al momento de interactuar, un consejo es, como en todo, cultivar buenos hábitos, y sabemos que la semilla del hábito es una decisión, una decisión que repetimos permite el desarrollo del fruto deseado.
Prácticas sencillas pueden ayudarnos a cultivar su ojo, Charlotte Mason nos sugería que tal cual un niño puede entrenar su atención durante la lección de arte, en la cual el niño mira con detalle los elementos de la pintura para luego compartirlos sin tener más apoyo que su memoria, un bello paisaje también puede mirarse con detenimiento, es una práctica asequible que no toma más de unos cuantos minutos, pero que seguro ayudará a nuestros hijos a almacenar hermosos recuerdos.
Es claro que nuestro objetivo no se reduce a la sola evocación de recuerdos durante la infancia, recuerdos que tendrán un efecto casi medicinal para el alma en la adultez, o que devolveremos al niño la invaluable oportunidad de tener un acercamiento puro con las verdaderas ciencias, sino que además de todo el recuerdo de ver con atención e incluso sin intención pero con el ojo entrenado, cultivará esa conciencia natural que no es otra cosa, sino el medio por el cual respondemos al llamado natural por el que hemos sido creados. Todo ello se conjunta, y una cosa esencial puede resultar en una ventaja accidental, es decir, que algo que conecta al niño con Dios pueda además de todo poseer un valor educativo.
<<Sería bueno si todas las personas en posición de autoridad, los padres y todos los que actuamos a nombre de los padres, pudiéramos ponernos de acuerdo en que no hay ningún tipo de conocimiento que se pueda obtener en estos primeros años tan valioso para los niños como el que obtienen por sí mismos del mundo en que viven. Que se pongan en contacto con la naturaleza una vez, y se formará un hábito que será fuente de deleite durante toda la vida.>> Charlotte Mason volumen 1
¡Salgamos a descubrir la belleza de nuestro Dios en medio de las cosas creadas!