Es cierto que las corrientes de pensamiento cambian de continuo, viejas ideas son abandonadas y nuevas llegan para implantarse en la cultura, se convierten en modas que pronto terminan siendo cuestionadas hasta que un pensamiento nuevo cobra mayor valor. Esto se convierte sigilosamente en parte del sistema, nos habituamos a creencias, nos apegamos a ideas, de manera que, reconocer lo superfluo de lo eterno, los absolutos morales de las afinidades personales deben formar parte de nuestros esfuerzos diarios por resistir la dura corriente que empuja hacia la subjetividad y el abandono de las verdades universales de Dios.
La psicología y la filosofía han buscado dar solución al hombre desde una perspectiva humana que claramente tiene serias omisiones a una verdad que ha sido revelada y que mantiene un consejo vivo para toda generación puesto que su base moral es inmutable y eterna. En este artículo no pretendo exponer lo que la cultura hoy habla en temas de crianza, pretendo exponer algunos puntos que las Escrituras mencionan en relación al momento de la disciplina y corrección bíblica a los hijos, mucho del resultado visible de los hogares de hoy se debe, entre otras cosas, al desconocimiento y una interpretación personal de las verdades bíblicas donde las ideas se encuentran permeadas por las actuales corrientes culturales.
Bien, sabemos que la llegada de un hijo no responde primeramente al deseo del hombre o mujer, sino al plan perfecto de Dios, de manera que estos no son dados únicamente para disfrutar de ellos y tener su felicidad como principal objetivo, hablando de “felicidad” en términos seculares; el propósito más grande que tenemos que asumir como padres es el guiar esa vida hacia el reconocimiento de un Dios y una identidad en Cristo, es decir, su felicidad no dependerá de nosotros, sino de conocer a Dios y nosotros somos como lazarillos que conducen de continuo al camino de gozo verdadero.
Así es como podemos sentir un peso de carga diferente, cuando el principal objetivo es que nuestros hijos lleguen al conocimiento de Dios. ¿Cómo cambia el panorama este objetivo? Primeramente si sabemos que nuestros hijos no fueron dados para consentirnos o para incrementar un bien en esta tierra, sino como criaturas con alma y una eternidad en el corazón, nuestras maneras de educar y criar cambian de un inmediatez a una meta más elevada; si sabemos que las faltas cometidas ofenden primeramente a Dios no las tomaríamos personales y por ende, no actuaríamos despiadadamente ante el error, sino con dolor, un dolor que nos empujaría a mostrar una y otra vez que la falta es grave porque es en contra de un Dios que es Santo. Si sabemos a quién servimos, sabemos nuestros límites humanos y reconocemos nuestra gran necesidad, un padre que ora jamás estará desprovisto de lo necesario porque ha confiado en aquel que es poderoso.
Entendidos de la implicación tan grande que representa nuestro lugar en el hogar, debemos saber que Dios no nos dejó sin guía para abordar nuestro papel con sabiduría, nos dejó instrucciones vivas, y en este artículo comparto algunos textos que nos dan una clara idea de cómo disciplinar a nuestros hijos.
Lo primero que debemos saber es que nuestros hijos son pecadores, Salmos 51:5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. El tratamiento debe comenzar lo antes posible, nosotros no somos la medicina pero como todo buen padre responsable la suministramos, de manera que prontamente comenzamos a hacerles ver su inclinación natural al mal y el remedio para ello.
Fomentar hábitos tempranamente es bueno, porque entre otras cosas ayudan a facilitar la vida, pero algo más está de por medio, esta naturaleza que nos arrastra a optar por lo fácil, lo placentero y lo inmediato impide que nuestros hijos desarrollen la voluntad, por ello dedicar tiempo a la formación de buenos hábitos ayuda a nuestros hijos a resistir con dolor incluso, aquello que se quiere pero que no se debe. El hábito de la veracidad por ejemplo, nos conduce a la idea fundamental de que el hombre miente porque es pecador y entre más pronto lo sepa más pronto tendrá la necesidad de Cristo como Salvador.
Una vez que encontramos en nuestros hijos la relación entre los hábitos y su inclinación natural, podemos reconocer también otro aspecto, ¿en qué momento es bueno corregir y disciplinar? ¿es válida la corrección física y bajo qué criterios? Es cierto que quienes hemos comenzado a trabajar sobre la formación de hábitos en nuestros hijos sentimos la necesidad de reforzar el hábito con otros medios, pero cabe aclarar aquí que este proceso es tan difícil para ellos como para nosotros, recuerdo haber escuchado que un hábito tiene cadenas tan ligeras de sentir que se vuelven tan pesadas hasta el momento de querer quitarlas, tenemos que reconocer que un pecado digno de corregir es aquel por el que se ha instruido previamente, o aquel que se hace con maldad deliberada o desobediencia declarada, y muchas veces regresar al mal hábito es cuestión de haber descuidado el proceso, por ello debemos supervisar la repetición y la constancia, y debemos acompañamiento; las consecuencias naturales se manifestarán por aquello que no se hace debidamente.
Así que conviene aquí recordar que las faltas de nuestros hijos son una ofensa directa contra Dios, y aquello que ofende a Dios le afrenta porque es contra su voluntad, una voluntad perfecta; si sabemos que sus faltas no son personales las abordaremos de forma diferente, con amor por el peligro en que han puesto su alma y con responsabilidad de conducirles una y otra vez a su mediador ante Dios; por ello mismo la corrección física nunca debe acompañarse de odio, no se debe aplicar con ira, de hecho, no debe haber un momento del día en que los hijos no se sientan amados; la instrucción continua permite el diálogo, y es este el primer recurso antes de llegar a la corrección física, pero una vez necesaria debe administrarse con sabiduría, comienza con amor y termina con amor.
«Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.» Efesios 6:4
Como padres somos inconscientes muchas veces de que nuestros hijos son el reflejo de nuestra paternidad y que cuando hablamos mal de ellos en realidad hablamos mal de nosotros porque ellos nos representan de alguna forma, también perdemos de vista que hay un periodo de corrección mientras nuestros hijos forman su carácter, por ello se nos recuerda en proverbios 19:18 Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo.
Debemos evitar que el sentirse amados no se convierta en instrumento para formar niños consentidos y mimados La vara y la corrección dan sabiduría; Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre. Proverbios 29:15. Mientras la sociedad los confunde nosotros como padres debemos enderezar su camino, recordar que la disciplina no produce gozo, esa no es su evidente finalidad, disciplinar más bien produce justicia.
Enderezar no es solo moverlos al camino por el que deben andar, como si movieras un robot que tras haber comenzado su marcha sigue una trayectoria, es un ser creado a imagen de Dios, que por su condición caída no refleja su carácter, pero eso no lo convierte en un ser sin sentimientos y emociones, por ello debemos preocuparnos por llegar a su corazón y no hay forma de acceder a él sino es a través de una relación. Procuremos siempre entender que hay en su corazón evitando pulir solo la conducta externa.
Reconocer su necesidad nos llevará necesariamente a edificarlos en la Palabra de Dios, y esta nos llevará a la corrección compasiva, sin Dios no tenemos esperanza; debemos evitar promover una «disciplina» que en realidad fomenta el estimulo de las capacidades de los hijos para alimentar nuestra soberbia como padres, el hijo debe sacar provecho de lo que es, para exaltar a quien es digno de recibir gloria y honra. Entonces, tanto la educación como la crianza deben proveer a la relación que nuestros hijos construyan con Dios.
Sin Instrucción no hay corrección y sin corrección no hay disciplina.
“Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados. Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.” Deuteronomio 6