Una vez que estás en esto de educar a tus hijos te preguntas: ¿Cómo es que puedes tener tranquilidad económica en una cultura donde ambos esposos deben trabajar para mantener un “estilo de vida”?
Nos embarcamos en esta aventura con mucha fe y no mucha certeza de cómo pagaríamos las cuentas, con un trabajo incierto de mi esposo y yo recientemente desempleada. Definitivamente fue todo un paso de fe, en el cual pudimos ver la mano de Dios sustentándonos, animándonos y enseñándonos en todo momento.
En algún punto en el que Dios quiso que nuestra confianza fuera afirmada a través de pruebas duras de fe, por fin vino un poco de calma. Pero Dios no quiere obrar de afuera hacia adentro, sino por el contrario a él le interesa tratar con los asuntos del corazón. Por eso, nos confrontó en primer lugar con nuestra manera de vivir, con nuestras prioridades, con el rol que cada uno ejercemos y nos animó a ocupar nuestro lugar, ese que él nos dio y en el cual hallamos plenitud. Obedecer las reglas del reino no es una labor humana, pero nuestro ayudador nos guía y lleva a toda verdad.
Es difícil describir con palabras lo liberador que resulta comprender la verdad de la palabra y poderse gozar por el lugar de privilegio y honra que se tiene al servir y amar a tu familia. En nuestra naturaleza caída vemos cualquier cosa que atenta contra nuestro egoísmo como lo peor que nos puede suceder, como una excusa para la amargura y el descontento. Pero del otro lado hay plenitud de gozo y paz.
En este proceso Dios nos fue mostrando que de la nada él es capaz de sustentarnos, pero sobre todo, de enseñarnos a depender y confiar plenamente en él. Mi esposo encontró un mejor trabajo, que fue mejorando eventualmente, de modo que nuestras necesidades estuvieran cubiertas, teniendo esto podemos estar felices y agradecidos; y yo hallé una pasión en mejorar para agradar a Dios en mi trato y servicio dentro de las cuatro paredes de mi casa, desde donde tal vez nunca sería vista, ni obtendría el reconocimiento de otros, pero sí del más importante, de Dios.
Entonces, aún en medio de mi constante impaciencia que aún tiene que ser trabajada, en medio de mi imperfección y defectos, Dios me permite también una realización que no podría experimentar fuera de casa. El honor y la dignidad que Dios nos permite al ser su agente en la formación de unas vidas, de sus almas, en el impacto positivo que esto puede tener para la sociedad y como la cereza de pastel aprender tanto al enseñar, revivir o de hecho vivir esa infancia que no siempre se puede tener, volver a correr emocionada para que no me toquen y digan “las traes”, desarrollar la curiosidad por lo que me rodea por primera vez mirando una planta crecer, tocando una araña o una oruga y luego, como un regalo del cielo, la oportunidad de estar hoy aquí compartiendo esto contigo. En casa son las 12:30 de la noche, y con sumo placer, con una taza de té caliente y música clásica encuentro que me gusta escribir, que me gusta enseñar y aprender, que mientras mis hijos duermen y todo alrededor se encuentra bien, puedo también aportar mi granito de arena para mejorar a la sociedad. Ahora trabajo profesionalmente a partir de las ocho de la noche, desde la comodidad de mi casa y ahora más que nunca las puertas están abiertas para ofrecer algún servicio de esta manera. El miedo no da gloria a Dios, cuando uno responde en fe a su palabra, él respalda. Todo aquel que pone su confianza en él no será avergonzado.
No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, esta palabra nos ha dado aliento y hemos experimentado el sustento divino de mil maneras. En su palabra hemos encontrado luz, estabilidad y confianza para cada aspecto de nuestra vida.
Es mi oración que puedas disponer tu corazón para permitirle a Dios mostrarte tu diseño, tu rol, ese lugar de honor que Dios te ha dado como mujer y como madre y que puedas hallar esa plenitud de gozo y paz en su presencia.