“El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!”
Lamentaciones 3:22-23.
Los hábitos suelen ser un tema del que todos reconocemos la importancia, pero en pocas ocasiones lo tomamos tan en serio como que de eso depende en gran medida lo que llegamos a ser y a hacer a lo largo de nuestra vida.
No pocas veces hacemos nuevos intentos y con gran emoción empezamos de nuevo, hacemos planes, nos comprometemos a hacer cambios en pro de mejorar en algún aspecto que ya reconocimos que estamos fallando. A veces, estos planes y compromisos solo se quedan en buenas intenciones, a veces, hasta se manifiestan cambios; pero inevitablemente, con el paso de los días, todos los buenos propósitos e incipientes esfuerzos son seguidos de un estrepitoso fracaso.
Lo que sigue a continuación es una sensación, mezcla de frustración y tristeza, con desesperanza y auto condenación.
Cuántas veces me he visto sumida en este ciclo dañino y poco edificante; preguntándome una y otra vez, ¿por qué repito los mismos patrones?, ¿qué es lo que estoy haciendo mal?, ¿qué es lo que no he entendido todavía?
Sin embargo, al calmarse la tempestad y cuando los oscuros nubarrones se han disipado, siempre hay una pequeña y valiosa lección que he aprendido.
Un nuevo día es una nueva oportunidad que El Señor nos da para ser mejor de lo que fuimos ayer, para recibir revelación, porque “El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!” Lamentaciones 3:22-23.
La oportunidad de leer el libro “Hábitos atómicos” me dio una perspectiva científica de los asuntos relacionados con los hábitos, que ya había degustado en la lectura de los volúmenes de Charlotte Mason. Ya había empezado a entender su importancia y había comenzado a vislumbrar la prioridad de cultivarlos en nosotros y en nuestros hijos. Pero, apreciar el mecanismo de acción de los mismos y cómo se relacionan con el contexto en el que nos desenvolvemos y las ideas que hemos formado en la mente, para dar como resultado, comportamientos automáticos, me resultó muy revelador.
Creo que éste, como otros libros que he leído, no es del tipo de libro que se lea una sola vez y es suficiente. En mi caso, definitivamente, después de una primera lectura, es determinante volver a leerlo, esta vez con más detalle y más pausadamente. Porque es indispensable poner en práctica ciertos ejercicios descritos que no recuerdo con precisión.
Ahora bien, si tuviera que resaltar una sola idea de todas las que pude captar de la lectura, diría que es la importancia de los actos pequeños. Y me gusta resaltarlo porque es algo que definitivamente trastocó mi modo de hacer las cosas en el día a día.
Soy del tipo de persona que no puede parar una actividad hasta no terminarla, es por eso que mantener horarios y ajustarme a un tiempo me resulta muy difícil. Entonces, si se de antemano que no tendré el tiempo o los recursos para terminar la tarea, me es complicado la mayoría de las veces iniciarla.
Presentaré algunos ejemplos para dar claridad al respecto:
Si la cocina no está reluciente, no puedo hacer en ella la tarea más sencilla. Entonces, si me toma una hora ponerla a punto para empezar a preparar el almuerzo, que a su vez me toma dos horas hacer, al tiempo que voy lavando todo para que quede limpio al terminar (parece un trabalenguas), ya se imaginarán lo poco eficiente que resulto ser.
Si he programado en el horario de estudio que una asignatura tomará veinte minutos, y aún no termino la lectura o surge alguna conversación, me cuesta un mundo parar a los veinte minutos. Si bien, entiendo que hay ocasiones que amerita ser flexibles con el tiempo, en mi caso es la regla y no la excepción.
Si tengo mucha ropa por doblar, no comienzo la tarea hasta que no tengo la disposición de amanecer doblándola si es menester, con tal de terminar hasta la última pieza.
Podría seguir presentando ejemplos por varias páginas más, pero creo y espero que a esta altura ya se haya comprendido la situación.
Es por esto que la idea de que hacer pequeños cambios puede y va a resultar en un gran cambio a largo plazo, revolucionó mi entendimiento.
Experimentar la finalización de la lectura de un libro que se ha leído en pequeñas porciones diarias a la misma hora, es tantísimo menos agobiante que tener que trasnochar para leer los últimos capítulos el día antes de que se cumpla el plazo.
No volver a ver una montaña de ropa en un sillón, porque todos los días o cada tanto, se lava una carga que se dobla de inmediato, brinda una satisfacción bastante intensa, por trivial que suene; esto sin contar, que es una oportunidad de inculcar un hábito de cuidado y administración en los más pequeños de la casa, si les permitimos participar de la actividad.
Ir haciendo la vida diaria más sencilla, terminando tareas pequeñas o trayendo a la consciencia lo que hacemos inconscientemente en cada hora de cada día, nos puede ayudar a despejar el camino para que los nuevos hábitos florezcan y los viejos hábitos se sequen como la tierra a la que no le cae agua.
No puedo decir que después de leer el libro, todos mis malos hábitos han desaparecido, pero definitivamente se ha aclarado un poco más el horizonte. Hay mayor entendimiento y muchas cosas por hacer que seguro redundarán en beneficio para todos en casa. Quiera El Señor en Su bondad, darnos un nuevo día y en Su misericordia, tanto el querer como el hacer.
Mientras tanto, puedo decir que cada día de la semana laboral, después de acompañar a las niñas a la cama a las ocho, leeré por treinta minutos, sentada en la sala un capítulo de “Mujercitas”.