Inspirado en el libro Hábitos Atómicos
Quiero comenzar diciendo que ya había visto el título de este libro en varios lugares, y la verdad es que lo descartaba por el simple hecho de no ser un libro cristiano con autor cristiano vendido en librería cristiana. Pero formaba parte de una serie de libros a leer este año con las madres de la comunidad a la que pertenezco y muy a regañadientes lo comencé a leer. No pasaron muchas páginas cuando me dí cuenta de mi corta visión y comencé a aprender mucho de su contenido y ahora estoy llevando a la práctica.
Además que Dios mismo en las Escrituras nos llama a disciplinarnos en ciertas cosas, como lo podemos ver en el siguiente pasaje (el cual tomo como eje para desarrollar este escrito):
Hebreos 12: 9-13 NTV: Ya que respetábamos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, ¿acaso no deberíamos someternos aún más a la disciplina del Padre de nuestro espíritu, y así vivir para siempre? Pues nuestros padres terrenales nos disciplinaron durante algunos años e hicieron lo mejor que pudieron, pero la disciplina de Dios siempre es buena para nosotros, a fin de que participemos de su santidad. Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella. Por lo tanto, renueven las fuerzas de sus manos cansadas y fortalezcan sus rodillas debilitadas. Tracen un camino recto para sus pies, a fin de que los débiles y los cojos no caigan, sino que se fortalezcan.
Así pues, quiero escribir sobre tres cosas muy puntuales que me dejó este libro un poco a la luz de este pasaje:
- ¿Por qué son cruciales los buenos hábitos en nuestra vida?
Los hábitos (o disciplinas) son en primer lugar una evidencia del sentido de lo bueno y lo malo. Sabes que un hábito de tener una dieta de comida rápida y ultraprocesada va a llevarte en dirección a perder la salud y por el contrario, llevar una dieta rica en comida real, con todos sus nutrientes, va a mejorar tu salud.
Además que nos hacen saber que vivimos bajo leyes divinas que nosotros no creamos y que no podemos vivir fuera de ellas. Como que el día tiene 24 horas y que por más que quisieramos no podemos agregarle ni un segundo a nuestra conveniencia.
No existe una sola vida que no exista sin algún hábito. Si meditamos en nuestro día a día, veremos que estamos llenas de hábitos, la hora que nos dormimos, los horarios en los que nos alimentamos, los horarios de trabajo, los tiempos y formas de estudio, etc.
El punto es que tenemos buenos o malos hábitos. Y es ese sistema de hábitos el que define como somos, nuestro carácter. Como dice el versículo 11, la buena disciplina conduce a una vida recta. Pero ojo, hay que ejercitarnos en esos buenos hábitos.
- No todo buen hábito es el mejor hábito
Entonces, todas sabemos que malos hábitos deberíamos dejar en nuestra vida; sabemos que buenos hábitos estamos haciendo y también los que queremos adoptar. Y generalmente pensamos en que queremos ser mejores mujeres. Pero a veces solo quedamos allí, en nosotras mismas.
La premisa que resplandece en esta porción de Hebreos es que “participemos de la santidad” es decir, que seamos cada vez más a la imagen de Cristo.
Así que meditemos más acerca de las disciplinas que suman a someternos a la voluntad de Dios, que nos llevan en dirección a la santidad. Esto se ve imposible, pero recordemos que en Su Espíritu Santo, tenemos todo lo que necesitamos para la vida y la piedad. Es Él quien completa Su obra en nosotras. Sólo tenemos que buscar Su rostro y obedecer.
- Modelando hábitos
Por último, perseverar en mejores hábitos, es doloroso, pues tenemos que morir a nuestra cómoda naturaleza, es ir contra la corriente. Pero el Señor promete que tendremos ese dulce fruto de ver a Dios, participar de Su Santidad.
Y que gran ánimo trae esta promesa. Así entonces podemos cada día decidir en favor de esos hábitos que le dan gloria a Dios; cada día trazar ese camino recto. Pues no solo enseñamos a nuestros pies a caminar en esa dirección, sino que modelamos a nuestros hijos, quienes por su juventud son de carácter más débil (y no me refiero al temperamento) a esforzarse y ser valientes en caminar por la senda que no es la más cómoda, pero que sí llega a una meta gloriosa y eterna.